Secuelas de la COVID en el corazón

Enfermedades

Las secuelas de la COVID en el corazón forman parte de la denominada COVID persistente o prolongada. La ‘COVID prolongada’ o ‘condición post COVID-19’, como lo denomina oficialmente la Organización Mundial de la Salud, es una enfermedad que se ha definido como la ‘continuación o desarrollo de nuevos síntomas 3 meses después de la infección inicial por SARS-CoV-2, con síntomas que duran durante al menos 2 meses sin otra explicación’.

Durante la pandemia por COVID, sobre todo en 2020 y 2021, la hospitalización con infección por síndrome respiratorio agudo severo-coronavirus-2 (SARS-CoV-2) se asoció con altas tasas de complicaciones. La gravedad fue mayor en pacientes con enfermedades crónicas previas. La resolución completa de los síntomas durante el ingreso hospitalario no suele ocurrir. Habitualmente se requiere un período de convalecencia para conseguir la recuperación.

Sin embargo, muchos pacientes continúan teniendo síntomas durante largo tiempo después de la infección. Con frecuencia refieren síntomas similares de los de las enfermedades del corazón. Es habitual encontrar pacientes con intolerancia al ejercicio, dificultad para respirar, dolor en el pecho, palpitaciones y fatiga. La causa de estos síntomas no está clara. No se sabe sin son debidos a la infección por SARS-CoV-2, a sus secuelas o al desarrollo de otras patologías.

 

COVID y afectación del corazón

La infección por SARS-CoV-2 puede provocar diversas manifestaciones cardíacas. Lo más frecuente es encontrar afectación del ventrículo derecho, sobre todo dilatación, con o sin disfunción. También es frecuente la disfunción diastólica del ventrículo izquierdo y, menos habitual, la disfunción sistólica.

La diversidad de hallazgos sugiere que múltiples procesos pueden explicar el efecto de la COVID en los tejidos cardíacos. El daño pulmonar causado por el virus podría provocar un aumento de la presión en la arteria pulmonar, lo cual sobrecarga y dilata el ventrículo derecho.

La disfunción sistólica del ventrículo izquierdo se observa en un 10% de los pacientes. La causa de la misma puede ser una miocarditis por infección directa del corazón por el virus SARS-CoV-2. La afectación del ventrículo izquierdo también puede ser secundaria a infarto de miocardio. Asimismo, se han descrito casos de miocardiopatía por estrés o síndrome de Takotsubo.

El infarto de miocardio no es raro en paciente con COVID. Suele ser más frecuente en personas que tienen enfermedad coronaria previa. El riesgo de sufrir un infarto de miocardio aumenta entre 2 y 5 veces en los primeros siete días después de que a un paciente se le diagnostica COVID. Una posible causa de esto puede ser la hiperreactividad inflamatoria generalizada causada por la infección viral. Esta inflamación podría inestabilizar las placas de ateroma de las arterias coronarias, las cuales pueden romperse y provocar obstrucción, dando lugar al infarto.

La formación de coágulos en el sistema cardiovascular también es relativamente frecuente en la COVID. Los coágulos pueden obstruir los vasos sanguíneos en el mismo lugar donde se producen. Con frecuencia, los coágulos se desplazan y dan lugar a embolias. Una de estas embolias podría ir a una arteria coronaria y conducir a un infarto de miocardio. No es raro que se produzca una embolia pulmonar. Asimismo, si el coágulo afecta al sistema cerebrovascular, se puede producir un ictus.

Durante la infección por SARS-CoV-2 se han descrito otras complicaciones cardiovasculares, como bloqueos cardiacos, arritmias, insuficiencia cardiaca, shock cardiogénico y parada cardiaca. Estas complicaciones son secundarias a los daños comentados anteriormente, como la afectación de los ventrículos, la miocarditis, el infarto de miocardio o la embolia pulmonar.
Los pacientes con las afecciones cardiacas comentadas durante la COVID suelen presentar una situación más severa, con más complicaciones. Esto dificulta el manejo y se sigue de una mayor mortalidad hospitalaria y en los días posteriores a la salida del hospital.

La severidad de la COVID se relaciona con la presencia de ciertos factores de riesgo. La COVID suele ser más grave en personas del sexo masculino, de edad avanzada o con antecedentes de tabaquismo, obesidad, diabetes, hipertensión, enfermedad coronaria, enfermedad broncopulmonar, enfermedad cerebrovascular o cáncer.

 

COVID persistente

La infección inicial por SARS-CoV-2 puede afectar a cualquier órgano o tejido durante la fase aguda. Esto da lugar a la aparición de síntomas muy diversos. Lo más frecuente, y habitualmente más grave, es la neumonía con la insuficiencia respiratoria secundaria. Sin embargo, son relativamente frecuentes las manifestaciones neurológicas y psicológicas. Muchos pacientes sufren alteraciones en el olfato y el gusto, anorexia, cefalea, parestesias, problemas de concentración, pérdida de memoria, ansiedad o depresión.

La continuación o desarrollo de síntomas después de la infección inicial por SARS-CoV-2 no es rara. De hecho, en un estudio se encontró que hasta el 45% de los supervivientes de COVID experimentan síntomas persistentes 4 meses después de la infección aguda. En otro estudio se observó que hasta el 68% de los pacientes referían fatiga o dificultad respiratoria a los 16 meses después de la hospitalización.

La COVID persistente es más frecuente en mujeres que en hombres por motivos que se desconocen. Muchas refieren ansiedad y depresión, además de fatiga y dificultad respiratoria. No es infrecuente encontrar cicatrices en el pulmón.

Por lo comentado, la COVID persistente o prolongada resulta en una limitación de las actividades diarias. Muchos pacientes se ven limitados por síntomas como fatiga, dificultad para respirar, tos crónica, mareos, síncopes repetidos, cefalea, dolor osteomuscular e, incluso, pérdida de memoria.

 

Enfermedad cardiovascular y COVID persistente

La afectación cardiovascular puede formar parte de las secuelas de la COVID. Tras la infección aguda por SARS-CoV-2 y el alta hospitalaria, los pacientes padecen con frecuencia síntomas indicativos de arritmias, eventos isquémicos o trombóticos, inflamación y algunos, incluso, sufren paro cardíaco y muerte súbita.

Los mecanismos de las secuelas de la COVID en el sistema cardiovascular son complejos y aún no se conocen por completo. Se sabe que el virus utiliza el receptor de la enzima conversiva de la angiotensina 2 para ingresar a las células y replicarse. Sin embargo, no hay evidencia definitiva que sugiera que la afectación de este receptor influya en la COVID persistente y sus complicaciones cardiovasculares.

Se cree que la predisposición genética y la respuesta inmune influyen significativamente en la COVID aguda y en la persistente. Se han descrito determinados genes que pueden favorecer esto. La excesiva reacción inmune se relaciona con ciertos perfiles genéticos. Se sabe que el sistema inmunológico está implicado en el desarrollo de arritmias cardíacas. La inflamación generalizada que acompaña a la reacción inmune puede favorecer complicaciones tales como el infarto de miocardio y la insuficiencia cardíaca. Además, se ha demostrado que los pacientes con COVID prolongada tienen autoanticuerpos contra componentes del sistema cardiovascular.

 

Patologías previas y riesgo de COVID persistente

Se ha demostrado que ciertas patologías cardíacas aumentan el riesgo de desarrollar COVID persistente. En un estudio se encontró que los pacientes con insuficiencia cardíaca previa tenían un 34% más de riesgo de desarrollar COVID prolongada. En el mismo estudio se observó que los pacientes con infarto de miocardio previo tenían un riesgo significativamente mayor de presentar síntomas persistentes. Resultados similares se han encontrado en otros estudios.

Varios estudios han demostrado que la obesidad es un importante factor de riesgo para el desarrollo de COVID persistente. Esto parece ser debido al papel inmunológico que tiene el tejido graso del cuerpo, donde se puede acumular el virus.

Otros factores que se han relacionado con la probabilidad de COVID persistente son la diabetes, la hipertensión arterial, la hipercolesterolemia y las arritmias previas, aunque no se ha demostrado en todos los estudios.

 

Afectación del corazón en la COVID persistente

El dolor en el pecho, palpitaciones, disnea y síncope son los síntomas más comúnmente reportados entre los pacientes con COVID prolongada. En un estudio se demostró que los pacientes con COVID persistente tienen un riesgo 1,6 veces mayor de sufrir enfermedad cardiovascular de cualquier tipo, incluidas arritmias, miocardiopatías, cardiopatía isquémica, insuficiencia cardíaca, miocarditis y episodios tromboembólicos. La diabetes mellitus tipo 2 de nueva aparición y la hipertensión también han sido enfermedades comunes en pacientes con COVID prolongada.

En los estudios diagnósticos se ha observado que en la COVID persistente el corazón puede presentar edema, inflamación y fibrosis miocárdica, así como afectación pericárdica. Se ha encontrado que pacientes con síntomas cardíacos, como dolor torácico y palpitaciones, tienen alguna de estas alteraciones. Hay pacientes que presentan síntomas y no tienen cambios en el corazón. Sin embargo, los individuos con síntomas persistentes tienen más probabilidades de tener hallazgos anormales.

 

Prevención y tratamiento

El tratamiento efectivo de la COVID en la fase aguda reduce el riesgo de COVID persistente. Así, algunos antivirales que se recomiendan para la infección aguda por COVID en pacientes con características de alto riesgo han demostrado ser beneficiosos. Por otro lado, se ha observado que la metformina (un antidiabético oral) durante la infección aguda puede reducir la incidencia de COVID prolongada.

No existe un método establecido o probado para prevenir el síndrome de COVID prolongada. Sin embargo, el control óptimo de los factores de riesgo puede ayudar. Por ello, se recomienda una alimentación saludable, rica en frutas, verduras, fibra y pescado. Hay que evitar las grasas saturadas y controlar el peso corporal. Asimismo, es importante el sueño y una salud mental positiva. Igualmente, el ejercicio físico regular tienen ventajas, pues mejora el estado de la inmunidad y hace que el cuerpo sea menos vulnerable a la COVID prolongada y sus complicaciones.

Se ha demostrado que la vacunación frente al SARS-CoV-2 es eficaz para prevenir el síndrome de COVID prolongada. Las personas vacunadas tienen de un 35% a un 50% menos de riesgo de desarrollar COVID prolongada en comparación con las personas no vacunadas. También se ha demostrado que la vacunación reduce el riesgo de lesión cardíaca.

Es conocido que existe una corriente antivacunas en determinados grupos de población. Estos aducen que las vacunas tienen complicaciones, lo cual es cierto. Se han descrito diferentes complicaciones secundarias a las vacunas frente al SARS-CoV-2. Entre ellas, destacan las reacciones alérgicas, la miocarditis, la disminución de plaquetas, las hemorragias, trombosis y síndromes neurológicos. Se dan también casos de infarto de miocardio y síndrome de Takotsubo, aunque son menos frecuentes.

Es posible que estas complicaciones dejen síntomas posteriores que se confundan con COVID persistente. Sin embargo, la mayoría de ellas se resuelven favorablemente. Los estudios más importantes al respecto han demostrado que la vacuna contra la COVID es efectiva en reducir la incidencia y la severidad de la infección aguda y de la COVID persistente.

 

Bibliografía

Long COVID and cardiovascular disease: a prospective cohort study

Cardiovascular disease as part of Long COVID: a systematic review

COVID-19 Associated Cardiovascular Disease—Risks, Prevention and Management: Heart at Risk Due to COVID-19

The role of COVID-19 vaccines in preventing post-COVID-19 thromboembolic and cardiovascular complications